INVENTARIO

lunes, mayo 5

¡Soy un payaso!



Las monjitas del colegio donde estudié en complicidad con las coordinadoras de disciplina decidieron un día que, al haber fracasado las estrategias de “te quedas en el colegio hasta las 5pm”, “te mando una papeleta citando a tus padres” o “te expulso tres días”, para corregir nuestra conducta, la solución era enviarnos los sábados por la mañana muy temprano a realizar “obra social” en asilos y orfanatos de la ciudad (Arequipa)
Tuve entonces el honor de ser la primera en llegar a un asilo donde me adoptaron abuelos y abuelas, me engrieron con todos los dulces que no les permitían comer, rosarios, estampitas, frutas, monedas, libros, fotografías y muchas historias. Al siguiente sábado visité una casa de huérfanos donde fui una madre precoz y cambié pañales, soné mocos y conté cuentos. Nunca consiguieron corregir mi conducta, pero si lograron que descubriera lo placentero que resulta para mí alegrar a quienes no tienen a nadie en el mundo y les cuesta sonreír.
Al salir del colegio, continué visitando a mis abuelos e hijitos. ¡Los ancianos y los niños son tremendos maestros!
Decidí un día visitar a los pequeños de la Clínica San Juan de Dios quienes, aparte de estar solos, estaban enfermos. El primer día me costó mucho ganarme su confianza. Muchos lloraban de dolor, no podían jugar, no querían escuchar cuentos ni comer. “Tal vez si fuera un poco más como ellos” pensé. Al siguiente sábado aparecí con una bola roja de nariz, un par de colitas y ropa colorida. Así fue más sencillo. Un payaso casi siempre cae simpático. Tal vez no uno gritón con zapatotes. Yo era más bien uno tímido como ellos, con una voz suave y bastante “torpe”. Y rieron, y jugaron y comieron la fruta que llevé. Elmer, un pequeño con enanismo y problemas cardíacos era mi favorito en secreto. Andaba trepado en mi espalda todo el tiempo que duraba mi visita y adoraba las uvas. No acabaría nunca de contarles (y ya me extendí demasiado) sobre cada niño o niña que conocí. Un sábado llegué con las frutas favoritas de cada uno (gracias a las propinas de mi padre) y al momento de repartir las uvas…Elmer no estaba. El día anterior había muerto en el quirófano pues tuvo una complicación y su corazón no aguantó. Era demasiado grande par su cuerpecito. Murió por tener un gran corazón.
Hace dos meses llegué a Lima y uno de los primeros y más valiosos regalos que recibí fue una beca en Bola Roja. Me la dio Wendy Ramos al escuchar esta misma historia. Un día seré una doctora Bola Roja porque le debo a Elmer recuperar a mi payaso y alegrarle el día o al menos un minuto a tantos pequeños que, como él, esperan poder olvidar un momento aquello que les impide sonreír.
Gracias Wendy, gracias Paloma, Sarota, Dianita (quien me secundó en la experiencia) y a todos los lindos payasos que conocí. Nos veremos pronto.

3 comentarios:

Erika dijo...

Hola Pao, me encantaron tus historias!!!
Debi sospechar lo buena que eras cuando años atras me decias... pato pato silla chueca dando el poto five jajaja
Un besote
Erika

Paola dijo...

te faltó "cuerpo de oso". te veré pronto?

Erika dijo...

Jajaja....No podia recordar completo el número de fono... era tuyo?
Espero que si, tienes planeado llegar?