NAUFRAGIO

Íbamos hacia la isla que, tiempo antes, habíamos divisado en el horizonte. Íbamos remando parejo, constante a pesar de las corrientes de agua y aire en contra, a pesar del cansancio, del calor unas veces, del frío otras. A pesar de todo. Íbamos imaginando el arribo, el reconocimiento, la supervivencia. Nada queríamos más que refugiarnos en ella, juntos. No había recompensa más valiosa que el sosiego que sentíamos incluso solo al mirarla lejana todavía. 

Un día, con los brazos más agarrotados que de costumbre, me di cuenta de que él no remaba más. Permanecía sentado mirando el punto desde donde habíamos partido. Había dejado el remo hundirse en el mar. Yo sola no lograba hacer que nuestra embarcación avanzara. Perdía el control una y otra vez. Le pedía ayuda. Él seguía en silencio resignado al punto de no retorno..."Mira" le dije obligándolo suavemente con ambas manos a voltear "Nuestra isla...no falta mucho" pero cuando quise divisarla yo, tampoco pude verla. No era la bruma. Había desaparecido. Íbamos hacia ningún lugar. El agua empezó a filtrarse entre los tablones, a mojarnos los pies. Él permaneció inmóvil mirando el agua subirle hasta las rodillas. Yo solté el remo que quedaba, cerré los ojos sintiendo el agua helada subir hasta mi cuello y el último contacto de mis pies en la madera de la embarcación que se hundía irremediablemente.

He quedado flotando sobre un trozo de madera que no logro reconocer como vestigio de mi barco.

He quedado perdida en la líquida inmensidad que unas veces es mansa y otras tirana.

He quedado llena de dudas o ansiosa de certezas o, tal vez, sin querer saber nada más que las coordenadas de cualquier islote o peñón donde, al llegar, pueda encender un fuego y calentarme para empezar de nuevo...